Escribe: Victoria Vera Ziccardi para La Nación
Aunque parezca imposible, con un profundo trabajo de introspección y reprocesamiento de lo vivido, se puede recuperar la felicidad luego de atravesar situaciones traumáticas
“Todos, en alguna medida, hemos pasado alguna vez en nuestras vidas por momentos duros. Y la vida es eso… adversidad permanente”, sintetiza Josho Campillay fundador de Grupo Email multimedios y autor de “Nací” cuando mi hijo murió. Según sus palabras, las personas acostumbran a pasar días, meses y hasta años buscando la felicidad, sin percatarse de que aquello que persiguen –de manera inalcanzable– se construye con la suma de millones de momentos dichosos, que muchas veces dejan pasar. “Hoy soy un hombre que ama la vida y que valora hasta lo más ínfimo porque aprendí que de todo lo difícil surgen grandes cosas”, enfatiza.
En su caso, el fallecimiento de su hijo Agustín le permitió crecer, aprender y madurar en aspectos de la vida que –reconoce– jamás se hubiera imaginado. Luego de años de tanto dolor considera que en su nueva realidad familiar el amor y lo positivo pasaron a transformarse en un estilo de vida, dejando de lado lo triste y negativo. “Reemplazamos toda destrucción por construcción; lo triste por lo que nos produce alegría”.
La adversidad, con su manera implacable e impredecible, abre caminos de vida complejos de transitar e incluso, para ciertas personas se puede llegar a volver insuperable y cruel. La historia de Josho evoluciona en una crónica de lo que es la resiliencia; una habilidad descrita por la Real Academia Española como “la capacidad de adaptación de un ser vivo frente a un agente perturbador o un estado o situación adversos”.
Es cuando uno se encuentra inmerso en momentos de dificultad que se esconde una verdad profunda: la adversidad no es una barrera, sino un catalizador del crecimiento, un maestro de resiliencia, un revelador de la fuerza que reside en lo más profundo del espíritu humano. Pero aprender y transitar un dolor de gran calibre no es una tarea asequible ni llevadera. Podría ilustrarse como un espejo psíquico de cómo se siente quien parándose al pie de una gran montaña ve su cima envuelta en niebla. Se presenta como un desafío insuperable, intimidante y, por sobre todas las cosas, lleno de obstáculos que invitan a desistir.
“Mi vida cambió con la llegada de cada uno de mis hijos, pero la pérdida de uno la transformó por completo. Hablar de esto es difícil, pero peor es tenerlo guardado”, dice Campillay sobre el acontecimiento que le dejaría una herida abierta de por vida. Con el paso del tiempo y un profundo autoconocimiento constató que la felicidad puede matizarse con pequeños momentos de tristeza y angustia. “La familia, los amigos y los compañeros de trabajo fueron fundamentales para seguir el camino de la vida. Pero hubo algo que literalmente nos salvó a mi esposa y a mí: transformar el pensamiento negativo sobre lo que le ocurrió a nuestro hijo”.
El ‘viaje’ hacia esa cima no promete ser fácil, pero sí asegura ser transformador. “Fueron años de pensamientos que podrían haberme llevado a vivir toda una vida dentro de las paredes de la locura”, señala. Pero cita algunos elementos que cumplieron un rol vital en su proceso de resiliencia: en primer lugar, el deseo de poder darles una familia consolidada a Abril y Ezequiel, sus otros hijos; también lo catártico que fue poner por escrito su historia cuando parecía que el mundo se hundía bajo sus pies; el tercer punto que destaca es la fe, descrita por él como “el escudo que repele los miedos, el combustible del corazón y la virtud más grande. “Es la palabra más pequeña de nuestro idioma, pero también la más poderosa”, dice.
Cada paso hacia adelante es un paso hacia lo desconocido, una prueba de resistencia y un testimonio de voluntad. A pesar de sus senderos empinados y obstáculos imprevistos, en la cima de la montaña uno se encuentra con una nueva forma de ser y ver la vida, casi como si se tratase de una persona diferente de la que emprendió el camino.
“La capacidad de anteponerse a las adversidades es algo que uno va construyendo con mucho trabajo interno”, recalca la licenciada en psicotraumatología, Ailen Lescano (M.N. 49931). Según explica, el obstáculo en sí mismo no es lo que convierte a una persona en resiliente sino el reprocesamiento y la forma de catalizar ese evento lo que le otorga fortaleza. “Implica un grado más profundo de aprendizaje sobre los eventos sucedidos y sobre uno mismo respecto de esos acontecimientos”, agrega.
Adaptación al cambio
Desde el siglo XIX hasta la actualidad, el término resiliencia se utiliza en el ámbito de la física para describir la capacidad que tienen los materiales para resistir un impacto sin llegar a romperse. Fue recién a partir de 1950 que tuvo sus primeras apariciones en la psicología, consolidándose en los estudios del psicólogo Norman Garmezy y el psiquiatra Michael Rutter sobre la capacidad que tenían algunos niños para afrontar situaciones traumáticas.
Rutter definía esta habilidad como “un fenómeno manifestado por personas que evolucionan favorablemente, habiendo sido víctimas de estrés que, para la población general, comprendería un riesgo serio con consecuencias graves”. Lescano añade: “No existe volver a un estado original una vez que el suceso traumático sucedió porque eso marcó a la persona para siempre. Lo que se vuelve posible es ser feliz de otra manera, porque de la forma que se era ya no se puede ser”.
A partir de su intromisión en la psicología, la resiliencia se convirtió en un término popular, diario y copioso. El fenómeno se puede ver reflejado en la curva ascendente de búsquedas en Google que tiene la palabra tanto en español como en inglés en la última década.
Laura Messina (M.N. 43441), psicoanalista de adultos, señala que la popularidad de la resiliencia lleva a que se la confunda con otros términos. “No es un duelo, no es sobreadaptación, tampoco lo es volver a un estado anterior ni resignarse”, declara.
No se trata de una cualidad mágica, es un esfuerzo mental que se hace para trascender las dificultades. Vale destacar que algunas personas pueden ser más resilientes que otras debido a la genética y otros factores como los determinantes sociales. “El contexto social y familiar influyen indudablemente en un individuo, sobre todo cuando se le permite poner lo que siente en palabras”, dice Messina y agrega: “La posibilidad de pasar el hecho por el verbo y de escucharse exteriorizándolo hace que el evento no quede coagulado haciendo síntomas”.
En adición, Lescano informa que hoy en día se sabe con certeza que la genética es un componente relevante en esta capacidad de transformación. “El cerebro que se gesta dentro del vientre materno va a tener o tender a las mismas condiciones de sus progenitores ya sea que estos tuvieran una alarma frente a eventos traumáticos y pudieran ‘salir a flote’ como también si carecieron de recursos internos para solventarse en esa realidad”, indica. No obstante, ambas profesionales coinciden en que se trata de tendencias que es posible modificar en espacios terapéuticos indicados o con especialistas en la materia.
La valentía de empezar de nuevo
Nahuel siempre soñó con tener una oportunidad laboral en el extranjero, pero nadie le advirtió sobre la otra cara de la moneda: los desafíos que pondrían a prueba su capacidad de adaptación y fortaleza. “Cuando tomé la decisión de irme a Suiza por trabajo, no pensé que la experiencia pondría en jaque toda mi existencia”, reconoce el joven que ya lleva cuatro años viviendo en Berna. “Buscaba algo nuevo y una oferta laboral me pareció una buena excusa para darle un giro a mi vida. Pero la realidad me dio un primer cachetazo cuando puse un pie en el aeropuerto, con todas las señales en un idioma que parece un trabalenguas y dándome cuenta de que ya no había vuelta atrás”, cuenta.
Además del idioma, otros obstáculos fueron la cultura y la soledad. “En la Argentina yo tenía a amigos y familia cerca; acá a nadie y los compañeros del trabajo eran fríos y distantes. Con el paso de las semanas me volví ermitaño, solo salía de casa para trabajar y comprar comida”, recuerda sobre la antítesis del Nahuel que vivía en Buenos Aires.
Era espectador de su propia vida, estaba bajo presión en un trabajo que no disfrutaba y se arrepentía de las decisiones que había tomado. Así comenzaron las noches de insomnio, la sensación de ahogo y el llanto recurrente. “Me sentía totalmente fuera de lugar, no sabía ni dónde estaba parado. Si mi familia no me hubiese puesto un freno me volvía en el primer avión”, relata. Le hicieron una intervención familiar por videollamada en la que le recordaron los motivos por los que él mismo decidió emprender aquella aventura, lo satisfecho que se sentiría al superar el periodo de crisis y que, a pesar de la distancia, siempre contaba con ellos.
“Ahí fue cuando empecé a sentirme mejor y con varias sesiones de terapia online de por medio, me puse a estudiar el idioma, sumarme a actividades –aunque no conociera a nadie– y de a poco, me fui sintiendo parte de algo”, explica. Ahora, después de un par de años ‘peleándola’ se siente pleno con el cambio de vida. “Aprendí a valorar cosas que antes daba por sentado y a lidiar con la incertidumbre y la incomodidad de estar lejos de lo conocido. Me hice más fuerte. No sé si me voy a quedar acá toda la vida, pero sí sé que puedo con cualquier cosa por más imposible que se vea”, concluye.
Romper el círculo
Una referente en esta cuestión es Vanesa Fernández, mamá de Iván y Pedro, que decidió escribir el libro Revertir con motivo de transformar su pasado tormentoso por un presente que, aún con cicatrices y heridas abiertas, brilla en el encuentro con el otro.
“En mi casa no había olor a hogar y la impresión que pronto algo iba a cambiar era cotidiana, como si las cosas pendieran de un hilo”, rememora.
A sus seis años sus papás se divorciaron y el acontecimiento marcaría un antes y un después en su vida. La persona que “la escupió al mundo” –según sus propias palabras– se convertiría en una enemiga que la sometería a maltratos de todo tipo. “Con ella aprendí a estar siempre esperando lo peor. Mis días transcurrían llenos de miedos y tristeza”, describe. Era manipulada física y psicológicamente por su progenitora. ¿Cómo podía una niña entender que aquello a lo que estaba sometida no era lo común? Uno de los mecanismos de defensa u adaptación que le surgieron fue el de transformar su realidad en un juego. “Mi mente inventaba historias y así los días iban pasando”, dice a la par que brinda como ejemplo el momento en el que volvía de la escuela y su progenitora la dejaba por horas afuera sin abrirle la puerta de la casa. “Jugaba a contar las baldosas, a adivinar cuánto tiempo tardaría el ascensor en llegar a un piso, a subir y bajar escaleras y en ocasiones me ponía a hacer la tarea ahí sola parándome constantemente para volver a prender la luz del pasillo que tras unos minutos se apagaba”, detalla.
Lo que llevaba normalizado fue perdiendo validez, especialmente cuando visitaba a sus amigas y veía que el trato y la relación con sus madres era totalmente diferente: “Fui aprendiendo que existían mamás buenas”, destaca. Aquellas, le daban esperanza y fuerza para salir adelante. “Yo soñaba mucho y eso me hacía ilusión. Me imaginaba que sería una actriz o cantante y que tendría una gran familia en algún momento”, indica respecto de la habilidad creativa que la ayudó a sobrevivir.
Cita a su esposo, padre, abuela, amigas, mamás de amigas y terapeutas como los ángeles que llegaron a su vida para rescatarla. Hoy, resiliente y distanciada de quien le causó tanto dolor, elije revertir y no repetir la misma historia con sus hijos.
“Las capacidades que subyacen a la resiliencia pueden fortalecerse a cualquier edad”, se detalla en la Guía de resiliencia publicada por el Centro del Niño en Desarrollo de la Universidad de Harvard. “Ciertas actividades pueden mejorar significativamente las probabilidades de que un individuo se recupere de experiencias que le provocan estrés. Por ejemplo, el ejercicio físico, las prácticas de reducción del estrés y los programas que desarrollan activamente la función ejecutiva y las habilidades de autorregulación pueden mejorar las capacidades de niños y adultos para afrontar, adaptarse e incluso prevenir la adversidad”, figura en el escrito.
Lescano añade que actualmente se aconseja trabajar la capacidad de resiliencia en terapias de reprocesamiento de traumas, de sistemas de familia interna o brainspotting, que –asegura– “están basadas en la evidencia para el reprocesamiento y la transformación de situaciones traumáticas”.
A la par, reconoce que varios casos de resiliencia fueron inspirados por lecturas, principalmente, aquellas que cuentan historias sobre cómo superar duelos o afrontar experiencias adversas. “Todo lo vinculado a la estimulación auditiva y a la relajación invita a la persona a volver a la ventana de tolerancia de las sensaciones y no buscar exacerbar las experiencias pasadas”, explica.
Un equipo de psicólogos de la Universidad Autónoma de Madrid identificó algunos factores que favorecen que las personas se adapten razonablemente bien cuando se enfrentan a situaciones extremas de estrés y adversidad.
El estudio, publicado en la revista Journal of Happiness Studies, fue realizado con 171 adultos de entre 18 y 87 años, quienes habían vivido situaciones difíciles: una separación, perder el empleo, la muerte de un ser querido o el embargo de la casa. En las conclusiones se pone de manifiesto que el efecto negativo de los eventos dañinos puede ser paliado a través de recursos personales y sociales como: el sentido del control, la autoestima, el nivel de optimismo y la aceptación o capacidad de mirar con otros ojos a la adversidad. Además, el apoyo emocional de la familia, amigos y conocidos.
Pequeñas acciones
La Clínica Mayo, una entidad estadounidense sin ánimo de lucro dedicada a la práctica clínica, la educación y la investigación, sugiere tener en cuenta las siguientes herramientas.
👩🏻🤝🧑🏻Conectarse. Construir relaciones fuertes y sanas con los seres queridos y amigos para tener el apoyo y la orientación necesaria en los momentos buenos y malos.
✨Hacer que cada día sea valioso. Cada mañana proponerse hacer algo que dé una sensación de éxito y satisfacción. Puede ser útil establecer metas claras para mirar hacia el futuro con sentido.
👩🏫Aprender del pasado. Reflexionar sobre cómo se afrontaron los problemas anteriormente. Puede ser de ayuda escribir los eventos en un diario para identificar patrones de conducta y usarlos como guía para el futuro.
🙏Tener esperanza. No es posible cambiar el pasado, pero siempre se puede mirar hacia el futuro. Si uno se abre al cambio, será más fácil adaptarse y ver los nuevos retos con menos preocupación.
Historias inspiradoras
Malala Yousafzai: Activista pakistaní. Mensajera de la Paz de las Naciones Unidas y la persona más joven en recibir el Premio Nobel de la Paz, sobrevivió en 2012 a un ataque talibán por defender el derecho a la educación de las niñas. Luego del atentado, se negó a ser silenciada y continuó su labor de promoción lo que la convirtió en un símbolo mundial de la lucha por la educación.
Viktor Frankl: Neurólogo, psiquiatra y filósofo austríaco. Es el fundador de la logoterapia y del análisis existencial. Autor del popular libro El hombre en busca de sentido, Frankl narra allí el sufrimiento y la superación del dolor físico y mental en pleno holocausto mediante reflexiones sobre la capacidad humana de trascender las dificultades y descubrir la verdad.
Oprah Winfrey: Magnate de los medios estadounidenses y la primera mujer multimillonaria afroamericana. Nació en la pobreza y enfrentó numerosos desafíos en su juventud, incluido un abuso sexual y el embarazo a una edad temprana. Trabajó para sobresalir en la escuela, consiguió un trabajo en radiodifusión y se convirtió en uno de los personajes televisivos más queridos de su país.
Nelson Mandela: Abogado, activista contra el apartheid y político sudafricano. Se convirtió en el primer mandatario de raza negra de su país en 1994. Representa para millones de personas el triunfo de la dignidad y de la esperanza sobre la desesperación y el odio, de la autodisciplina y el amor sobre la persecución y la ignominia. Consagró su vida a la lucha contra la opresión racial.