La cumbre del G-20 en Río de Janeiro concluyó con escasos avances en materia climática. La declaración final no incluyó compromisos concretos para abandonar las energías fósiles, a pesar de las demandas urgentes de la ONU y la creciente crisis ambiental.
El secretario general de la ONU, António Guterres, instó a los líderes de las principales economías, responsables del 80% de las emisiones de carbono, a llegar a acuerdos significativos. Sin embargo, no hubo consenso sobre la financiación para la transición hacia energías limpias, un tema central para las negociaciones de la próxima COP-29 en Bakú.
La falta de compromiso generó preocupación por el impacto del posible regreso de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos, conocido por sus posturas escépticas frente al cambio climático.
No obstante, el anfitrión, Luiz Inácio Lula da Silva, logró éxitos en otros frentes. Brasil impulsó la adhesión de 82 países a la Alianza Mundial contra el Hambre y logró que el G-20 promoviera una mayor contribución fiscal de los ultrarricos.
La cumbre dejó un sabor agridulce, con avances sociales pero un estancamiento climático que pone en jaque al planeta.
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