● En La Puntilla, un chico de 19 años decidió no quedarse quieto. Sin padrinos ni carteles, armó su propia barbería, en un pequeño rincón de su casa, y con lo poco que tenía.
● Se llama Ezequiel, y hace pocos días abrió su local. No puso precios. A cada persona le deja elegir cuánto pagar según cómo se sintió, si le gustó el corte, si tiene algo para ofrecer o no. “Lo pensé por los que no llegan a fin de mes y no quieren ir a una entrevista de trabajo con el pelo largo o desprolijo”, explica.
● En estos días lo visitaron muchos jóvenes, algunos para cortarse, otros para ayudar. Dice que no cobra por ayudar, que simplemente quiere trabajar y seguir aprendiendo. Cortes clásicos, degradés, navaja o tijera: todo vale mientras alguien salga más contento de lo que entró.
● Ezequiel publica sus trabajos en Instagram. A los que no pueden pagar, los invita igual. “No es caridad, es empatía”, dice. No quiere fama. Solo que lo conozcan, que sepan lo que hace, y que si pueden, pasen. Lo que está construyendo no es solo una barbería: es un mensaje.
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