Desde niño aprendí que en la vida uno es lo que quiere ser. Hay miles de oficios que no requieren de una academia para recibir su aval. Estos se respaldan por atributos indiscutibles, como la pasión, el amor, la vocación, el compromiso, la perseverancia, el talento y la disciplina.
Ese camino fue el que eligió José Campillay (mi papá) en 1972, cuando, con sus jóvenes e ilusionados 24 años, y tras una charla con don Roberto Cáceres, abrió las puertas de “Foto Universal”, su estudio de fotografía, en 25 de Mayo 37, Galería Victoria.
Un silloncito de mimbre para bebés fue testigo de miles de madres y padres que, con mucha ilusión, llevaban a sus bebés para ser fotografiados, ya sea en el estudio, con murales enormes de fondo, o en los amplios canteros de nuestra plaza, frente a la galería.
Sus vidrieras se vestían todos los fines de semana con fotografías de vecinos de Chilecito, que podían ser observadas por quienes salíamos a pasear por la plaza. Entrar a la galería para ver fotos de gente conocida era un entretenimiento que ejercitábamos con un helado Bellia servido por don Fernández, su esposa Salomé, su hijo Pepe y su hermana, que, aunque eran pequeños, ya ayudaban a sus padres en la heladería que daba a la vereda.
Ahí podíamos “stalkear” (o pispiar, como decimos nosotros) ese gran muro de fotos que nació muchos años antes que Facebook.
Qué linda se ponía la galería cuando nevaba en Chilecito. Todos buscaban rollos para sacar fotos en Guanchín o Santa Florentina. En diciembre, cuando había recepciones, o en febrero, en tiempos de carnaval, explotaba de gente. Eran decenas de personas agolpadas, mirando las vidrieras a toda hora del día. Y nosotros, mis hermanos Mario y Diego, ayudábamos a nuestro padre entregando los bultos de fotos de cada evento, para que los clientes pudieran ver las fotos reveladas en color y en 13×18 cm. Tras varios minutos de risas y de ver todas las fotos, una por una, dentro del local, elegían algunas y se las llevaban de recuerdo.
Mientras tanto, éramos acompañados por la mejor música que ponían los hermanos Horacio y Raúl Albrieu en RH. Y de vez en cuando, salíamos del local a pedirles alguna canción a Yogur Albornoz o al flaco Garrott, que simulaban una radio dentro de la galería. No había canción que no tuvieran en vinilo.
Afuera, era un mundo de gente que entraba y salía del local de Don Gómez, a quien con mis hermanos tuvimos de peluquero en nuestros tiempos de niños y de juventud… hasta que nuestras cabezas decidieron extender sus frentes.
Cuando yo era niño y me presentaba en algún lugar, decía: “Soy Josho Campillay, hijo del fotógrafo”. Y con esa referencia era suficiente para ser ubicado al instante. No había persona que no conociera a mi viejito, ya que era el fotógrafo de casamientos, escuelas, bautismos, actos en la plaza, bailes, fiestas de 15… No había evento en el que él no estuviera paradito, en un rincón, con su cámara fotográfica colgando del cuello.
Y como todo en la vida, todo comienza y algún día acaba. Hoy, a 52 años de ese comienzo, mi papá (a quien llamo PAPÁ con mucho orgullo) cierra las puertas de su negocio. Sus casi 76 años lo encuentran lleno del amor de sus nietos e hijos, repleto de amigos y relaciones por doquier, con puertas abiertas en todo lugar. Y cosechando un respeto que supo ganar, a fuerza de humildad y también mucho respeto hacia los demás.
No puedo decir que este cierre me pone feliz, porque uno desearía que la vida fuera más extensa. Sin embargo, puedo y debo agradecer a Dios por los buenos momentos que “Foto Universal” le regaló. Gracias a Dios por la fortaleza que le dio a mi padre durante todos estos años, para que pudiera ejercer su pasión sin desviar su camino.
Agradezco a Dios porque, gracias a su oficio y al trabajo diario de mi hermosa madre, pudieron alimentar a sus tres hijos en nuestra niñez.
Como siempre lo hago, me gusta dejar un registro escrito de lo que nos sucede: lo que nos pone felices y también lo que no elegimos. Simplemente porque es parte de nuestras vidas, y no quiero que pase sin dejar huellas, para que mis hijos, mis nietos y quienes vengan después conozcan de dónde vienen.
También aprovecho esta oportunidad para agradecer a cada cliente de mi padre, por darle la confianza y la oportunidad de trabajar en lo que para él jamás fue un trabajo, ya que para José Campillay (p) la fotografía siempre fue EL AMOR DE SU VIDA.
Como escribió el sabio Salomón: “Hay una temporada para todo, un tiempo para cada actividad bajo el cielo.” (Eclesiastés 3:1 NTV)
Ahora le toca disfrutar sin responsabilidades, sin horarios ni compromisos. Pero quienes lo conocemos sabemos que jamás podremos mantenerlo quieto. Mientras viva (y creo que serán muchos años más), estará donde la cultura, la historia, la poesía y la música de Chilecito se expresen.
¡Gracias, viejito! Por haber registrado tanto de la historia del Chilecito que ambos amamos con nuestras entrañas.
Te amo, te admiro, te respeto y te debo, junto a mi hermosa madre, TODO lo que soy.
Que Dios te siga bendiciendo con esa salud envidiable y con la PAZ que nadie más como vos sabe regalar a los demás.♥️
Josho Campillay